domingo, 6 de junio de 2010

Sobre lo establecido de antemano

Hay cosas que siempre están destinadas a finalizar igual. En el ámbito deportivo solemos llamar a este fenómeno "dinastía". Dinastías como la de, ahora que vuelve a estar en primera plana por el fallecimiento del mito John Wooden, UCLA en el basket universitario estadounidense, llegando a ganar 10 títulos consecutivos; o la creada por Sebastian Loeb en el mundial de rallies, que sigue ganando año tras año. Son rutinas que llevan a que cada temporada esperemos un nuevo triunfo de los privilegiados de turno, sin dejar excesivo espacio a la sorpresa.

Una relación parecida es la que siempre han mantenido Roland Garros y Rafael Nadal. Si el aviador francés y el tenista español se hubieran conocido, probablemente Garros se habría dirigido, cual profeta, al manacorí con las siguientes palabras: "Si algún día ponen mi nombre a un torneo de tenis, tú eres el elegido para ganarlo". Dos días después de cumplir los 19 años, Rafa inscribió su nombre en la selecta lista de ganadores de la Copa de los Mosqueteros. Era su primera aparición en la arcilla parisina.

Este triunfo, así como los otros tres entorchados que vinieron en los años sucesivos, ayudan a comprender cuán traumática fue, tanto para Nadal como para sus seguidores, la primera derrota de Rafa en su Grand Slam predilecto, en los octavos de final de la pasada edición ante Robin Soderling. Podría decirse que para el tenista español más laureado de la historia se juntaron el hambre y las ganas de comer: su maltrecha condición física y la fabulosa actuación del sueco hicieron que el siempre combativo gladiador mallorquín hincara la rodilla en el albero de la pista Philippe Chatrier.

Pero, como he dicho antes, hay cosas que están predestinadas a ocurrir de un modo determinado. Tras salir del año más complicado de su carrera, Nadal ha ido creciendo de la mano de la temporada de tierra batida, hasta llegar a París por sus fueros. Despachando rivales como una apisonadora, avanzó hasta la final, su territorio natural, donde, caprichos del sino, aguardaba el único hombre que le ha derrotado en Roland Garros.

Hoy hemos asistido a la redención de alguien que va camino de ser un mito. No dio opción al sueco: de las dudas del principio se pasó a jugar a lo que Rafa quería, para acabar con el sueco desquiciado y el español saboreando las mieles del triunfo. Por mucho que les pese a los franceses, Nadal volvió a ganar su torneo, y hay que matizar que ese "su" bien podría referirse más al pentacampeón que a los propios galos. Aunque combata en la arena, el lugar que le corresponde a Rafael Nadal en la Philippe Chatrier es el trono del César, o, deshaciendo la metáfora, el podio donde hoy recibió su quinta Copa de los Mosqueteros.

Cuando un error de Soderling finiquitó el partido, Nadal se dejó caer sobre esa tierra que tiene una relación casi simbiótica con él, recuperando en la memoria recuerdos del tortuoso camino que debió atravesar en su camino hasta el triunfo de hoy. Lloró emocionado en su banco para luego no poder contener las carcajadas de júbilo, de alegría, que le salieron de dentro mientras se dirigía al público.

Seguro que en el rostro de Roland Garros, allá donde descanse, también se esbozó una sonrisa.

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