jueves, 17 de junio de 2010

Sobre el patriotismo borreguil y otros menesteres dignos de mención


Es una de las imágenes del Mundial. El delantero norcoreano Jong Tae-Se incapaz de contener las lágrimas al escuchar el himno de su país. Una instantánea que, la verdad, sería muy emotiva de protagonizarla un español o un nigeriano, pero que, al tratarse de ese bicho raro que es Corea del Norte, obliga al matiz. Es más, que la protagonice la estrella de la selección asiática obliga al doble matiz.

Vamos por partes: el régimen norcoreano se ha ganado a pulso el dudoso honor de ser el más hermético del planeta, como deducimos por las escasas informaciones que nos llegan de allí. Hablamos de un país que fue fundado al acabar la Segunda Guerra Mundial, liderada durante medio siglo por el Presidente Eterno Kim Il Sung y cuyos casi 25 millones de habitantes están obligados al culto reverencial a las figuras del susodicho y su hijo y actual mandatario/dictador de la república Kim Jong-Il. Hablamos de un país en el que Internet, la televisión y demás medios de comunicación son constantemente controlados y censurados por el gobierno y que ha tenido que piratear ilegalmente la señal televisiva surcoreana para poder ver el Mundial. Hablamos de país en el que cuesta horrores entrar o salir y en el que la electricidad se corta de noche. Hablamos de un país que depende de su armamento nuclear para hacer prosperar su economía y tener cierta relevancia política en el mundo. Hablamos de un país en el que las hambrunas son habituales y los pobres miles. Hablamos de un país, en definitiva, difícil de amar si vives en él, no hablemos ya de adorarlo hasta el punto de llorar al escuchar su himno.

Llegados a este punto, se pregunta uno qué le ocurrirá a un norcoreano para mostrar tanta devoción hacia una patria donde las condiciones de vida son deplorables. La razón más plausible parte de la manipulación. Esto es sólo una teoría, pero la República Popular de Corea tiene todas la pinta de ser uno de esos Estados, prácticamente extintos, que basan su fuerza política en cerrar las miras de sus habitantes para llevarles al desconocimiento del exterior y convencerles de que lo que tienen en su país es lo mejor que encontrarán jamás. Esto suele llevar a que los pobres se conformen o incluso alegren de tener lo poco que tienen. Esto, unido al culto enfermizo a su líder, podría explicar una reacción tan profunda como la del futbolista que nos atañe al sentir que representa a su país en un evento tan importante. Aquí es donde llega el segundo matiz, y es que Jong Tae-Se, ¡no ha vivido nunca en Corea del Norte!

Esto es lo más desconcertante del asunto. Podría decirse que ayer el mundo se enteraba de los orígenes del "9" de la selección norcoreana: padres surcoreanos, criado en Japón. Lejos de Kim Jong-Il y su Eterno padre, Jong se crió al modo norcoreano, siendo instruido desde joven en la ideología comunista y en la adoración del jefe de Estado de Corea del Norte. Renegó de su nacionalidad surcoreana y luchó por defender al que él considera "su país" a nivel futbolístico. Aún así, juega en un club japonés y, por lo que sé, sólo ha ido a Pyongyang para jugar con la selección

Si todos los compañeros de Tae-Se hubieran imitado su comportamiento anoche, el tema sería distinto. Pero, ¿no es un tanto raro que sólo llore alguien que no ha estado casi nunca en Corea del Norte? ¿Será consciente Jong Tae-Se de la situación real de la república? ¿Le habrán hablado sus compañeros de equipo de cómo son sus vidas allí? De conocer esto, ¿es normal que se emocione así escuchando los acordes del símbolo de un país tan, perdón por el adjetivo, ruin? ¿No podría ser tomado por sus compañeros, muchos de los cuales probablemente las pasen canutas día a día pese a ser futbolistas, como una falta de respeto o un gesto de tremenda hipocresía?

¿Será consciente Jong Tae-Se de la miseria que alimentan sus lágrimas?

Son preguntas comprometidas y que se quedarán sin responder gracias a la acción del departamento de "prensa" norcoreano, que mantiene a los jugadores y al cuerpo técnico totalmente aislados. Así es Corea del Norte. Mi opinión, forjada con pocos datos y quizás errónea, es que no es precisamente una patria por la que merezca la pena llorar. Quién sabe si Jong Tae-Se se hubiera guardado esos sollozos si viviese en Pyongyang

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